La Meditación sobre el Tietê (1945) - Fragmento

Agua de mi Tietê
dónde me quieres llevar
-Río que entras por la tierra
que me alejas del mar…

Es noche. Y todo es noche. Debajo del arco admirable
del Puente de las Banderas el rio
murmura en un balanceo de agua pesada y oleosa.
Es noche y todo es noche. Una ronda de sombras,
sombrías sombras, llenan de noche tan vasta
el pecho del río, que es como si la noche fuese agua.
Agua nocturna, noche líquida, ahogando de aprehensiones
las altas torres de mi corazón exhausto. De repente
el oleo de las aguas recoge de lleno luces trémulas,
es un susto. Y en un momento el río
esplende en luces innumerables, casas, palacios y calles,
Calles, calles, por donde los dinosaurios renguean
ahora, rascacielos valientes donde saltan
los bichos blao y los punidores gatos verdes,
en cánticos en placeres, en trabajos y fábricas,
luces y gloria. Es la ciudad… Es la enmarañada forma
humana corrupta de la vida que muge y se aplaude.
Y se aclama y se falsifica y se esconde. Y deslumbra.
Pero es un momento sólo. Luego el río oscurece de nuevo,
está negro. Las aguas oleosas y pesadas se aplacan
en un gemido. Flor. Tristeza que timbra un camino de muerte.
Es noche. Y todo es noche. Y mi corazón devastado
es un rumor de gérmenes insalubres por la noche insomne y humana.
Mi río, mi Tietê, dónde me llevas
Sarcástico río que contradices el curso de las aguas
Y te alejas del mar y te adentras en la tierra de los hombres
Dónde me quieres llevar?...
Por que me prohíbes así playas y mar, por qué
me impídes la fama de las tempestades del Atlántico
y los lindos versos que hablan en partir y nunca más volver?
Río que haces tierra, humus de la tierra, bicho de la tierra,
induciéndome con tu insistencia paulista obstinada
para las tempestades humanas de la vida, mi río!...

Ya nada me amarga más la recusa de la victoria
del individuo, y de sentirme feliz en mi.
Yo mismo desistí de esa felicidad deslumbrante,
y fui por tus aguas llevado,
a reconciliarme con el dolor del ser humano pertinaz,
y a purificarme en el barro de los sufrimientos de los hombres.
Yo que decido. Y yo mismo me constituí arduo en el dolor
por mis manos, por mis desvividas manos, por
estas mías propias manos que me traen,
me desgastaron y me dispersaron por todos los descaminos,
haciendo de mi una trama donde la araña insaciada
se perdió en ceniza y polen, cadáveres y verdades e ilusiones.

Pero aún, río, mi río, de cuyas aguas yo nací,
yo ni tengo más derecho de ser melancólico y frágil,
ni de estrellarme en las voluptuosidades inútiles de la lágrima!
Yo me revierto a tus aguas espesas e infames,
oleosas, yo, voluntariamente, ansiosamente, sucio
de infamias, egoísmos y traiciones. Y mis voces,
perdidas de su tenor, rumian pesadas y oleosas,
varando tierra adentro en el espanto de los mil futuros ,
a la espera angustiada del punto. No de mi punto final!
Yo desistí! Pero del punto entre las aguas y la noche,
de aquel punto leal a la terrestre pregunta del hombre,
de lo que el hombre ha de nacer.

Yo veo; no es por mi, mi verso tomando
las cuerdas oscilantes de la serpiente, río.
Toda la gracia, todo el placer de la vida se acabó.
En tus aguas yo contemplo al Buey Paciencia
ahogándose, que el pecho de las aguas todo sumergió.
Contagios, tradiciones, blancuras y noticias,
mudo, esquivo, adentro de la noche, el pecho de las aguas
cerrado, mudo,
mudo y vivo, en el despecho estridente que me fustiga y devora.
Destino, predestinaciones… mi destino. Estas aguas
de mi Tietê son abyectas y barrosas,
dan fiebre, dan muerte cierta, y dan gracias y antítesis.
Ni las ondas de sus playas cantan, y en el fondo
de las mañanas ellas dan carcajadas frenéticas,
silbos de gallineros, lamentos de yacarés.
Estas no son aguas que se beban, conocido, estas son
aguas del vicio de la tierra. Los jabirús y los hocos
gargajean después mueren. Y las hormigas y los bandeirantes y los ingás,
después mueren. No sobra. Ni siquiera el Buey Paciencia
se muda. No. Va todo a quedar en la misma, pero va!... y los cuerpos
podridos envenenan estas aguas completas en el bien y en el mal.
Estas no son aguas que se beban, conocido! Estas aguas
son malditas y dan muerte, yo descubrí! y es por eso
que ellas se alejan de los océanos e inducen a la tierra de los hombres,
torpes. Estas no son aguas que se beban, yo descubrí!
Y mi pecho de las aguas se salpica, viene ventarrón, se encrespa
plegado de dolor que no se soporta más.
Me siento el padre del Tietê! Oh fuerza de mis sobacos!
Celo de amor que me impide, que destruye y fecunda!
Nordeste de impaciente amor sin metáforas,
que se horroriza y se llena de rabia de sentirse
demagógicamente tan solo! O fuerza!
Incendio de amor estruendoso, creciente magnánima que me inunda,
me alarma me destroza, inerme por sentirme
demagógicamente tan sólo!
De Mario de Andrade
Trad. al castellano Julieta Benedetto
Versión completa en portugués.
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